La agencia del mal
Alberto Carvajal
¡Si estuviera siempre completamente
despierto a partir de este instante, llegaríamos pronto a la verdad, que tal
vez nos rodea con sus ángeles llorando!
Rimbaud
Hace un alto abrupto en su relato… fija la mirada en un
punto, en la nada, donde ella parece encontrar algo, su cuerpo se agazapa ante
una circunstancia que cuando llega, llega sin más. Un brazo se pliega, codo a
la cadera, y la mano con los dedos engarrotados toma a la vez que suelta un
fragmento de algo invisible e inicia un movimiento de arriba/abajo una y otra
vez. Me acerco, me siento a su lado para escuchar el sonido que no deja de
emitir, un farfullo dirigido a donde su mirada se detuvo. Discute con alguien,
parece un evento familiar. Dibujo una pregunta no a su oído sino al espacio al
que ella dirige su mirada, es mi hermana, dice sin decir y continúa. Siento
estar a su lado aunque no podría asegurar estar en el mismo lugar/tiempo en el
que se encuentra el cuerpo de Berta. Sin embargo, tampoco podría negar que tuvo
en cuenta algo de mi presencia. Quizás su sonoridad. Ella continúa. El cuerpo
agazapado, el movimiento de la mano, la mirada y un diálogo/discusión. Así como
llegó el evento corporal, se desvanece. Absorta, se incorpora y sale… alcanzo a
decir su nombre sin ninguna respuesta. Escucho decir, déjala. Me doy media vuelta
y en el fondo del pequeño consultorio dos personas de bata blanca están en el
rincón, asustadas. Me dicen que lo que acabo de hacer es muy peligroso, que
cuando alguien está en una crisis convulsiva parcial puede pasar al acto y
agredir sin motivo alguno a quien esté en su entorno cercano. Sin poder captar
lo que se me decía, aún mi cuerpo estaba en una escena cuyo cambio súbito me
dejó trastocado. Berta regresa con la mirada confusa. Dicen que es la etapa de
obnubilación posterior a una crisis. De alguna manera comparto la confusión de
Berta.
Me prestan mis compañeros de consultorio, dos psiquiatras
que aún seguían asustados, un libro de epilepsia. Encuentro que las crisis
convulsivas parciales son poco observables pues generalmente ocurren en los
ambientes domésticos. Y señala el texto que la persona en crisis puede tomar
cualquier objeto cercano y agredir. Sin embargo, casi al final de la
descripción destacaba el texto que solo llega a la agresión siempre y cuando
encuentre en el entorno alguna reacción de miedo y, como también destaca Frieda
Fromm-Reichmann en su Psicoterapia
intensiva en la esquizofrenia, en defensa anticipada, ataca. Cuando me
acerco a Berta, lo hago con el interés de ubicar en qué y en dónde está su
cuerpo, con quien habla y discute.
Unos días antes, hablé precisamente con la hermana de Berta.
Al tratar la cuestión de las crisis, de los ataques de Berta, como ella los
llama, me dijo categórica que son el termómetro de la situación familiar. Ella
ha ubicado que cada vez que Berta entra en un trance así, llamado en la
psiquiatría clásica el Sagrado Mal, que entre otros, padecía Dostoievski,
Sócrates…. es cuando en casa las cosas no andan bien. Cuando hay alguna
discusión, algún conflicto, ella lo siente y nos damos cuenta, decía, tanto de
la magnitud como del sinsentido del problema cuando Berta tiene un ataque.
Es que ¿es posible que un cuerpo tenga esa habilidad?
Me recuerda el de Esteban, aquel joven que se iba
consumiendo de un mal que a su cuerpo lo iba secando sin remedio.
“Con las costillas, las clavículas, sacadas en tales
relieves que parecía tenerlas fuera de la piel, su cuerpo hacía pensar en
ciertos yacentes de sepulcros españoles, vaciados de entrañas reducidos al
cuero tenso sobre una armazón de huesos. Vencido en la lucha por respirar,
Esteban se dejó caer sobre el piso, adosado a una pared, de cara morada, las
uñas casi negras, mirando a los demás con ojos moribundos. El pulso desbocado
le daba embates por las venas. Su persona estaba untada de una pasta cerosa, en
tanto que la lengua, sin hallar saliva, presionaba unos dientes que empezaban a
bambolearse sobre encías blancas” (Carpentier, 1979: 37)
Ogé, “médico notable y distinguido filántropo” fue llevado
entonces ante la sorpresa de los hermanos Carlos y Sofía. “Quien fuera negro,
quien tuviese de negro, era, para ella, sinónimo de sirviente, estibador,
cochero o músico ambulante”, y pese a que le recetaron al oído que “todos los
hombres nacieron iguales”(íd:38) su constreñido humanismo no le permitía
otorgar la posibilidad “que un negro pudiese ser médico de confianza, ni que se
entregara la carne de un pariente aun individuo de color quebrado”(íd:38). Ogé apenas ve la habitación advierte una
ranura en lo alto de la pared y pide ser
llevado al otro lado de la misma. Le dicen que se trata de un pequeño espacio
donde están cosas en desuso entre plantas crecidas en el abandono, muebles
rotos. Ogé insiste y la sorpresa fue para todos, apenas abrieron una puerta
azul:
“sobre dos largos canteros paralelos crecían perejiles y retamas,
ortiguillas, sensitivas y hierbas de traza silvestre, en torno a varias matas
de reseda, esplendorosamente florecidas. Como expuesto en altar, un busto de
Sócrates que Sofía recordaba haber visto alguna vez en el despacho de su padre,
cuando niña, estaba colocado en un nicho, rodeado de extrañas ofrendas,
semejantes a las que ciertas gentes hechiceras usaban en sus ensalmos: jícaras
llenas de granos de maíz, piedras de azufre, caracoles, limaduras de hierro.
C’est-ca, dijo Ogé. (…) Es probable que hayamos dado con la razón del mal“(id:39).
Las arranca y las quema. Ogé, procedía de Saint-Domingue y
tendrá un lugar protagónico en la revuelta de esclavos negros, la única lograda
y la primera que inscribió en la gran historia un acto de independencia del mundo
colonial al final del siglo XVIII. Este galeno negro les dice a Carlos el
hermano mayor y a Sofía, la hermana escéptica, que esa planta estaba
consumiendo la energía del cuerpo del enfermo sin que nadie se diera cuenta.
“Cada ser humano tenía un ‘doble’ en alguna criatura
vegetal. Y había casos –según Ogé- en que ese ‘doble’ para su propio
desarrollo, robaba energías al hombre que a él vivía ligado, condenándole a la
enfermedad cuando florecía o daba semillas”(id:39).
Las plantas y el busto de Sócrates formaban una ofrenda que Remigio
un empleado de la casa hizo con mucho empeño como luego enojado revelara
“…el caisimón aclimatado con enorme trabajo, que servía para
curar todo lo que dañaba las entrepiernas del hombre, cuando la aplicación de
sus hojas se acompañaba de la oración a San Hermenegildo, torturado en sus
partes por el Sultán de los Sarracenos”(id:40) y confesó que esa planta no la
quiso tomar el padre de los tres hermanos que andaba más ocupado en meter
mujeres a su casa hasta que el vigor lo abandonó mortalmente encaramado en una
hembra, mientras Carlos, el mayor, andaba trabajando en el campo, Sofía en el
convento y Esteban consumiéndose en su habitación.
Carlos se dirigió a donde se encontraba el hermano y para su
sorpresa ya podía respirar, regresaba el color a las uñas y los huesos parecían
haberse acomodado. Sofía al intentar extenderle un sobre con un pago, el médico
rechazó. Hecho que no ayudó a menguar la consternación causada por la confesión
de Remigio y el hasta ese momento sentimiento no develado de “nunca haber amado
a su padre, cuyos besos oliente a regaliz y a tabaco, desganadamente largados a
su frente y a sus mejillas cuando se la devolvía al convento después de
tediosos almuerzos dominicales, le habían sido odiosos desde los días de la
pubertad”(id:42).
Es iluminante este fragmento del relato de Carpentier en El siglo
de las luces que nos descubre el carácter rizomático del mal… que hace que
estos cuerpos se tejan, muten, el de Esteban, el de Berta. Lejos de ser el
“síntoma” familiar, esto es, que condensen y desplacen el malestar del grupo
primario, son cuerpos afectados por dicho ´estar mal’, que los conecta
capilarmente con la situación en lugar de quedarse solo en calidad de
receptáculos, pues al serlo, permiten también que circule. Cuerpos que se disponen a ser
recipiente/conductor: cuerpos/termómetro/vegetal.
Si somos consecuentes con esta lectura de secuencias que no
guardan ninguna ordinalidad ni urdiembre oculta: el tan llevado y traído “no
dicho” que convoca a la voracidad de la interpretación. Entonces podríamos
detenernos en aquello que sacude a Sofía. En la confesión de Remigio “torpe
revelador de algo que ella sospechaba desde hacía tiempo, haciéndola despreciar
la miserable condición masculina, incapaz de llevar la digna y quieta unicidad
de la soltería o de la viudez”(id:42).
En un primer acercamiento podríamos aderezar la propuesta de
Kristeva (2000) al introducir lo abyecto que “nos confronta con esos estados
frágiles en donde el hombre erra en los territorios de lo animal”, allí donde
el lenguaje, su autonomía, incorporaría la diferencia, acto violento y torpe
ante el acecho del regreso al cobijo de un “poder tranquilizador como
asfixiante”, el poder materno. Es el grito por un padre, por la entrada del
mundo simbólico. ¿Habrá solo un mundo simbólico?
Lo que desprecia Sofía, el territorio de la abyección de
Kristeva, de ello hace el Marqués una virtud y coloca a Julieta en el camino de
la amante verdadera del mal: “…no sucumbir (de nuevo) a las tentaciones de la
virtud; no debes permitirte jamás llevar a cabo una acción que sea beneficiosa
para tu prójimo”(Sade, 1985:80), ¿no es acaso esta consigna la introducción de
un simbólico, justamente el simbólico más conocido, el del desplazamiento, el
de la metáfora, el de los giros retóricos? No es otra cosa lo que se lee en el
diálogo de Julieta con el verdugo Delcour
-
“¿Qué
es exactamente lo que deseáis saber, señora?
-
La
visión de la sangre… los gritos de agonía… el sonido del hueso que se rompe
contra el hueso… todas esas cosas ¿os proporcionan algún placer?
-
Por
supuesto que sí. Nadie sería verdugo si las condiciones de la tarea no se
prestaran a disfrutarlas.
-
Entonces
¿diríais que toda pasión sexual puede ser aumenta y alimentada por el crimen?”
(id:114)
Pero recuperemos un punto que no tiene que ver con este
simbólico, quizás sea otro, justo aquel que también es tocado por el desprecio
de Sofía que no tiene que ver con la entrada violenta y torpe destacada por
Kristeva, un simbólico que pueda confirmar lo que no se espera de él. La
entrada de un tercero ni violenta ni rechazada que como hemos visto, abreva de
la misma fuente metafórica, retórica. Un tercero advertido de su lugar y que
simplemente confirme una diferencia. Es decir, un tercero no operario de nada,
sino ubicado en un lugar que permite la cuenta de tres.
Casi al final del Quinto Libro de Julieta, aparece en escena
el padre convertido en mendigo que le ruega una ayuda. Junto con sus amigos del
mal Saint Fond y Noirceuil urde un parricidio después de un acto incestuoso
-
Amado
padre –le dije-, ¿perdonareis esta acción? Me veo obligada a mataros.
-
Vil
criatura –contestó suavemente-. ¿Acaso crees que no me he percatado de esta
comedia? ¿Crees que no me doy cuenta de lo que está sucediendo? Está bien,
mátame si es eso lo que tienes planeado hacer; pero evítame tener que
presenciar tu pobre histrionismo.
-
Ah,
papito –dije, sintiendo por un momento verdadera tristeza-, solo cuando te
enfrentas a la muerte comienzas a hablar como un hombre. ¡Qué lástima! ¡qué
vergüenza! –Entonces las comisuras de mis labios se elevaron casi
automáticamente en una sonrisa-. Jódete, papito. –Y tiré del gatillo.
Lo que queda destacado por Julieta y posiblemente, por
Sofía, es no precisamente el padre, en todas sus posibles versiones, sino
simple y llanamente, un hombre, un cuerpo que introduce un tercer elemento sin
serlo todo el tiempo.
Puntual cada mañana Berta recorre el largo y oscuro pasillo
del Hospital Parcial, donde se internan medio tiempo, medio día... media vida.
Participan en algunas actividades durante la semana y de esa manera el retorno
al paisaje familiar es paulatino. La mayoría de los internos, particularmente
sus familiares toman este tiempo no solo como un apoyo en ese regreso a casa,
sino el apoyo mayor en cuanto a los medicamentos pues el hospital se hace cargo
de ello y de la alimentación. Berta camina lento, cojea, sin embargo el paso es
seguro, firme. Saluda a quien encuentra a su paso y si aprecia un gesto de
molestia o seriedad hace una pregunta: ¿sabe quiénes se enojan? Luego de dos o tres respuestas, se ríe y
agrega… los árboles… en otras ocasiones dirá… los cuadernos… También en este
otro paisaje no abandona el lugar que suele tomar su cuerpo/termómetro, es más,
ella se encarga de calibrarlo.
Nos recuerda Lorenz cuán delicado sería el aislar a la
agresión, ese pretendido mal.
“No sabemos en cuántos y hasta qué punto importantes modos
de comportamiento humanos entra la agresión como factor motivante, pero opino
que deben ser muchos. El aggredi en
su sentido original y lato (el afrontar las situaciones o abordar los
problemas, el amor propio o el respeto por sí mismo, sin el cual no se haría
casi nada, desde la rasurada diaria hasta las más sublimes creaciones
científicas o artísticas)…
Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré
amarga. Rimbaud
y es probable que todo cuanto está relacionado con la
ambición, el afán de escalar puestos o subir de categoría y otras muchas
actividades indispensables, desaparecerían de la vida humana si se suprimieran
las pulsiones agresivas. Del mismo modo desaparecería también algo importante
que es propio y exclusivo del hombre: la risa” (Lorenz, 1980:313).
-
Queremos
que nos conteste a unas preguntas, Berta. Y así, tener completo su expediente.
-
Claro,
cómo no…
-
Cuéntenos
un poco de su familia…
En ese momento Berta interrumpe la entrevista que le hace un
compañero psiquiatra, serio vestido en su papel de galeno sabio… le extiende la
mano y le ofrece unos dulces que sacara de su bolsa con mucho cuidado, él, le
quita la envoltura y se lo pone en la boca. Después, de otro lugar de la misma
bolsa toma otros dulces y hace lo mismo conmigo. Continúa la entrevista. El
psiquiatra hace unos gestos extraños, parece que el dulce elegido no tenía buen
sabor, o bien, no era de su gusto. Berta que adoptara también un tono serio en
las respuestas que daba, cambió de semblante, con una sonrisa e inquietud le
preguntó
-
¿Salado?
o ¿purgante? – El hombre salió apurado del consultorio y Berta lanzó una
carcajada de la broma que acababa de realizar.
Broma que no hacía otra cosa que mostrar la iniquidad de una
entrevista, una más, después de tantos años, las mismas preguntas, el mismo
formato, la seriedad, la bata blanca…
Berta cuerpo/termómetro su método/sagrado mal, le permite
medir el nivel de presión del lazo social en el que transita, el nivel ironía
que devela la situación. Muestra tener la habilidad de ejercer una sensibilidad
que en ocasiones la desborda y, aun en esa circunstancia, o mejor dicho, es en
ella que la herramienta de medición se afila más. Quizás podríamos decir que,
al contrario de la idea generalizada en el paisaje hospitalario/académico, cada
crisis/ataque llevaría a ese cuerpo a un deterioro, cada evento corporal no es
sino una vía de tramitar, de poner en circulación lo enrarecido del paisaje
microsocial. El mal, el sagrado mal, desterritorializa ese cuerpo en termómetro,
a la vez que reterritorializa el mal en un acto social.
México DF, 1992/2015
Bibliografía
Carpentier Alejo (1979) El siglo de las luces, Editorial
Letras Cubanas, La Habana.
Kristeva Julia (2000) Poderes de la perversión, S.XXI,
México.
Lorenz Konrad (1980) Sobre la agresión: el pretendido mal,
S.XXI, México.
Rimbaud Arthur (1997) Una temporada en el infierno,
Ediciones Coyoacán, México.
Sade Marqués de (1985) Obras Completas, II t. Edasa, México.
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